viernes, 17 de mayo de 2013

El zorro y el lobo en el pozo


Traducción de Renard et Ysengrin dans le puits                  Le roman de Renard

                            El zorro y el lobo en el pozo                           La novela del zorro

Traductor Sergio Núñez Guzmán


Señores, escuchad esta maravilla. En este pozo, había dos cubos, cuando uno sube, el otro baja.

            Renard, que ha hecho tanto mal, se apoyó en el brocal del pozo desolado y triste y todo pensativo, se puso a observar y a mirar dentro del pozo y al ver su imagen creyó que era Hermelinda su esposa, a la que el ama con un amor vivo y que se encuentra encerrada ahí abajo. Renard está dolorido y pensando en ella, le pregunta, a voz en cuello, díme que haces ahí abajo. La voz del pozo vuelve a subir a él. Renard escucha, alza la cara, la vuelve a llamar y de nuevo vuelve a subir la voz. Y, él, la oye y se admira y pone sus pies en un cubo, y, sin saber cómo, desciende y se encontró, ahí, en ese punto, y así, cuando estuvo en el agua, comprendió bien que estaba en una saliente. Renard está en mala posición, los diablos lo agarraron en esta trampa; se apoyó en una piedra, preferiría estar muerto y en un ataúd. El infortunado sufre un gran tormento, tiene la piel totalmente empapada, está en posición de ser pescado. Nadie podría sacarlo de ahí. No se dan dos botones por  su sabiduría.

            Señores, resulta, en este tiempo, en esta noche y en esta hora que Ysengrin, sin morada, sale de un gran erial para buscar su comida, pues el hambre lo tortura atrozmente. . .

            [Descubre a Renard en el fondo del pozo. . .]

            -¿Quién eres tú?, dice Ysengrin.

            -Yo soy tu buen vecino, que antaño fue tu compadre y que me estimas más que a tu hermano.

            -Ahora, se llama el difunto Renard, que tanto sabía de subterfugios y de jugarretas.

            -Estoy encantado por eso, dijo Ysengrin. ¿Cuándo moriste?

            -Antier respondió el otro. Sí, morí, que nadie se asombre por eso, pues mueren todos los que están en vida. Es necesario pasar por la muerte cuando Dios lo quiere. Ahora mi alma espera, pues nuestro Señor me tiene en este martirio. Yo te ruego mi buen y bondadoso compadre que me perdones los motivos de enojo que en alguna ocasión te di.

            -Te lo concedo, dijo Ysengrin y que todo sea perdonado, compadre, aquí, y delante de Dios. Pero tu muerte me deja lleno de dolor.

            -Yo soy feliz, dijo el Renard.

            -¿Feliz?, en verdad, por mi fe, compadre, díme porqué.

            -Mi cuerpo yace en un ataúd en la casa de Hermelinda, en mi cueva, pero mi alma está en el paraíso celeste, sentada a los pies de Jesús, compadre. Tengo todo lo que quiero. Abandoné todo orgullo. Si tú estás en el reino terrestre, yo estoy en el paraíso celeste. Aquí están las granjas, las llanuras, las praderas, aquí están los ricos rebaños, aquí se puede ver muchas terneras, muchas ovejas y muchas cabras; aquí tú puedes ver liebres, bueyes, vacas, carneros, gavilanes, buitres y halcones.

            Ysengrin jura por san Silvestre que bien quisiera estar ahí abajo.

            -Abandona la idea, dijo Renard, tú no puedes entrar aquí. El paraíso es celeste y no se abre a todos. Tú siempre has sido tramposo, desleal, traicionero y falaz. . . tú me acusaste falsamente de haberte hecho mal. . .

            -Yo te lo creo, dijo Ysengrin y yo te perdono de buen corazón, pero hazme entrar.

            -Olvida esto, dijo Renard, hemos quitado de aquí los alborotos. ¿Ves, ahí, la balanza?

            Señores, escuchen esta maravilla acerca del fiel de la balanza, y les mostró el otro cubo.

            Renard sabía bien utilizar su inteligencia de tal manera que le hizo creer a Ysengrin que era la balanza del bien y del mal la que tenía enfrente.

            -Por Dios Padre, tal es el poder de Dios que cuando el bien es lo suficientemente pesado desciende directamente aquí y todo el mal se queda allá en lo alto. Pero nadie si no se ha confesado sabría descender aquí, te lo aseguro. ¿Ya confesaste tus pecados?

            -Sí, dijo el otro, por una vieja liebre y por una dama H. . . la cabra, muy bien y con toda santidad. Compadre, sin esperar más, hágame entrar ahí abajo.

            -Ahora es necesario rogar a Dios y santamente darle las gracias para que te conceda el verdadero perdón y la remisión de tus pecados y sólo así podrás entrar aquí.

            Ysengrin no quiso detenerse más. Vuele la espalda al oriente y la cabeza al occidente, se pone a gritar y a aullar muy fuerte. Renard que hace lo mismo repentinamente estaba ahí abajo en el otro cubo, en el fondo del pozo, pues la peor suerte lo había tumbado, ahí, dentro. Al fin Ysengrin se impacienta y exclama: suplico a Dios.

            -Y yo, dijo Renard, di las gracias a Dios. Ysengrin, ¿ves tú estas maravillas, estos reflejos que brillan delante de mí? Jesús te concederá el verdadero perdón y la remisión de tus pecados.

            Ysengrin lo escucha y se esfuerza por atraer el cubo hacia el brocal, junta los pies, salta al cubo. Ysengrin era de lo más pesado, desciende hacia el fondo. Ahora se escucha el hermoso estrepito. Dentro del pozo se reencuentran. Ysengrin lo interpela.

            Compadre, ¿por qué tú te vas? Y Renard le responde: luego no hagas berrinche, porque te voy a explicar los usos de estos lugares: cuando uno va el otro vuelve. Esta ha sido siempre la costumbre. Voy al paraíso a lo alto y tú vas al infierno, allá abajo. Yo escapé del demonio y tú, te vas a los diablos. Tú caíste al lugar miserable y yo salí de ahí, sábelo bien. Por Dios Padre, allá abajo, están los diablos. Desde que Renard está sobre la tierra, está totalmente feliz del buen retorno. . .












Renard et Ysengrin dans le puits


Seigneurs, écoutez cette merveille ! En ce puits, il y avait deux seaux : quand l’un monte, l’autre descend. Renard qui a fait tant de mal, s’est accoté contre le puits, désolé et marri, et tout pensif. Il se met á regarder dans le puits et a observer son image : il croit que c’est Hermeline, sa femme, qu’il aime d’un vif amour, qui se trouve enfermée là-dedans. Renard en est pensif et dolent. Il lui demandé, á pleine voix : «Dis-moi, que fais-tu là-dedans ? » La voix, du puits, remonte vers lui. Renard l’entend, dresse le front. Il la rappelle une autre fois : de nouveau remonte la voix ! Renard l’entend et s’émerveille : il met ses pieds dans un seau, et, sans savoir comment, el descend. Le voilà mal en point ! Quand il fut dans l’eau, el comprit bien qu’il s’était trompé.

            Renard est en mauvaise posture : les diables l’ont pris en ce piège. Il s’est appuyé contre une pierre : il préférerait être mort et en bière. L’infortuné souffre un grand tourment. Il a la peau toute mouille : il est á l’aise pour pécher ! Nul ne pourrait l’en tirer. Il ne prise pas deux boutons sa sagesse.

            Seigneurs, il advint en ce temps, en cette nuit et en cette heure, qu’Ysengrin, sans demeure, sortit d’une grande lande pour quérir sa nourriture, car la faim le torture atrocement. . .

            [Il découvre Renard au fond du puits. . .]

            « Qui es-tu ? dit Ysengrin.

            « Je suis votre bon voisin, qui fut jadis votre compère : vous m’aimiez plus que votre frère !

            Maintenant, on m’appelle « feu Renard, qui tant savait de ruses et de tours. »

-J’en suis ravi, dit Ysengrin ; quand donc es-tu mort ?

-Avant-hier, répond l’autre. Si je suis mort, que nul ne s’en étonne : ainsi mourront tous ceux qui sont en vie. Il faudra bien qu’ils passent par la mort, quand Dieu voudra. Maintenant Il attend mon âme, Notre-Seigneur qui m’a tiré de ce martyre. Je vous prie, beau doux compère, de me pardonner les motifs de colère qu’autrefois je vous ai donnés.

-Je vous l’accorde, dit Ysengrin : que tout vous soit pardonné, compère, ici et devant Dieu. Mais votre mort me laisse plein de douleur.

-Moi, j’en suis heureux, dix Renard.

-Heureux ? Vraiment, par ma foi, beau compère, dites-moi pourquoi.

-Mon corps git dans une bière, chez Hermeline, en ma tanière, mais mon âme est en Paradis, assis aux pieds de Jésus : compère, j’ai tout ce que au Paradis céleste. Ici sont les fermes, les plaines, les prairies, ici les riches troupeau ; ici l’on peut voir mainte génisse, et mainte ouaille et mainte chèvre ; ici tu peux voir lièvres, bœufs, vaches, et moutons, éperviers, vautours et faucons. »

Ysengrin jure par saint Sylvestre qu’il voudrait bien être là-dedans.

-Laissez cela, dit Renard, vous ne pouvez entrer ici. Le Paradis est céleste et n’est pas ouvert á tous. Tu as toujours été tricheur, félon, traître et trompeur. . . Tu m’as accusé faussement d’avoir mal agi envers toi. . .

-Je vous en crois, dit Ysengrin ; je vous pardonne, en bonne foi. Mais faites-moi entrer.

-Laissez cela, dit Renard ; nous n’avons cure, ici, de tapage. Vous voyez, là, cette balance ? » Seigneurs, écoutez cette merveille ! De son doigt, il lui montre l’autre seau. Renard sait si bien user de son intelligence qu’il lui fait vraiment croire que c’est la balance du bien et du mal.

« Par Dieu le Père, telle est la puissance de Dieu, que quand le bien est assez pesant, il descend ici tout droit, et tout le mal reste là-haut. Mais nul, s’il n’est confessé, ne saurait descendre ici, je t’assure. As-tu confessé tes péchés ?

-Oui, dit l’autre, á un vieux lièvre et á dame H. . . la chèvre, très bien, et très saintement. Compère, sans plus attendre, faites-moi entrer là-dedans !

-Il faut maintenant prier Dieu, et très saintement lui rendre grâces pour qu’il vous accorde de vrai pardon et la rémission de vos péchés : ainsi vous pourrez entrer ici.

Ysengrin ne veut plus tarder. Il tourne le derrière vers l’Orient et la tête vers l’Occident ; il se met á crier et, très fortement, á hurler. Renard que fait mainte merveille était en bas, dans l’autre seau, au fond du puits, car la pire destinée l’avait couché là-dedans. A la fin Ysengrin s’impatiente et s’écrie : « J’ai prié Dieu. »

-Et moi, dit Renard, j’ai rendu grâces á Dieu. Ysengrin, vois-tu ces merveilles, ces cierges qui brûlent devant moi ? Jésus t’accordera pardon véritable et très douce rémission. »

Ysengrin l’entend : il s’efforce d’attirer le seau vers la margelle ; il joint les pieds, bondit dans le seau. Ysengrin était le plus lourd : il descend vers le fond. Écoutez maintenant le beau vacarme ! Dans le puits, ils se rencontrent. Ysengrin l’interpelle :

« Compère, pourquoi t’en vas-tu ? » Et Renard lui a répondu : « Ne fais donc pas la grimace. Je vais t’expliquer les usages : quand l’un y va, l’autre revient. C’est toujours la coutume. Je vais en Paradis, là-haut ; et toi, tu vas en Enfer, en bas. J’ai échappé au démon et tu vas aux diables. Tu es tombé en vilain lieu et j’en suis sorti, sache-le bien. Par Dieu le Père, là-dessous, ce sont les diables ! » Dès que Renard est sur la terre, il est tout joyeux de ce bon tour. . .

El manantial


Traducción de ‘La sorgente’ de León Tolstoy

Narración tomada del italiano

Traductor Sergio Núñez Guzmán

 

El manantial

 

Un día de verano tres  peregrinos cansados se encontraron cerca de un fresco manantial, que brotaba al margen de un gran camino en el corazón de una floresta taciturna; hierbas tiernas y musgos olorosos lo enmarcaban, cantidad de árboles daban sombra con su denso follaje, y, de sus aguas frescas como perlas y puras como lágrimas, se recogían en una represa de piedra, luego se desbordaban y escurrían formando un arroyo que se perdía murmurando en la espesura del bosque.

            Los tres peregrinos se sentaron en torno al manantial después de haberse refrescado con el agua de la fuente, y, se sentían confortados y consolados, pues miraban el campo verde de las humildes hierbas aromáticas, y, escuchaban el suave murmullo de las aguas, y, sobre la represa de piedra se leía esta inscripción: ‘Que el manantial sea tu modelo’.

            Ninguno comprendía el significado de tales palabras. ¿En qué cosa ellos habrían podido imitar al manantial?, aunque después de haber meditado por un largo rato se manifestaron con sus pensamientos.

            Uno de los peregrinos era un hombre maduro; sin embargo, lleno todavía de energía, tal vez era un comerciante que viajaba por sus  asuntos, miró a sus compañeros y dijo: ‘Yo creo comprender estas palabras misteriosas. El consejo que nos dan me parece bueno. El manantial fluye, el arroyo se aleja, recoge el agua de otros riachuelos y se vuelve río, así el hombre no debe detenerse nunca, debe en cambio trabajar sin descanso, de este modo recogerá grandes riquezas y grandes experiencias.

            El otro peregrino era joven, escuchó el discurso del hombre maduro, apartando la cabeza, luego dijo: ‘Según yo, el significado de la inscripción es diverso, pues es esto: el hombre debe huir de los pensamientos malvados, de los sentimientos perversos y conservar su corazón puro como el agua de este manantial y tan limpio como esta agua que sacia la sed y da satisfacción y devuelve el vigor; pero, si se hace turbia, no beneficiaría a ninguno y fluiría inútilmente a través de la tierra. Lo mismo sucede con el hombre que ha enturbiado los sentimientos del corazón.

            El tercer peregrino, un viejo cargado de años y de experiencia y con una larga barba blanca, estaba escuchando en silencio las palabras de sus compañeros, finalmente sonríe amablemente y expuso también su parecer. ‘Este joven tal vez tiene razón; sin embargo, también hay otra profunda enseñanza en esto que dan las palabras escritas sobre la piedra, sólo es otro consejo que murmura el agua de esta fuente, ésta dice al hombre: Yo doy mis aguas por nada a los peregrinos que se detienen, que están cansados y sedientos. Haz tú lo mismo con tus hermanos, haz el bien a todos, dona aquello que ayuda al prójimo con corazón contento y sin condiciones; no pidas a los hombres ni gratitud ni recompensa a cambio de tus beneficios solamente el pago de vivir en la alegría de tu bondad’.

Comentarios a la lectura de ‘El manantial’

Sergio Núñez Guzmán

 

El contenido, el significado de esta lectura, transporta al lector a otro mundo perdido en el devenir de los tiempos, qué se puede pensar y reflexionar cuando el punto de referencia es nuestro propio mundo, nuestro aquí y ahora o acaso existe otra posibilidad de comprender la posible relación entre este mundo nuestro y aquel otro desaparecido, ¿dónde nos podemos situar? Tal vez en un aquí hipotético inexistente o en aquel otro de sueño imaginado e irreal, pero. . . ¿cuál es nuestra respuesta? Pues el pan de cada día de las noticias es la maldad de unos y otros, y, ¿dónde está la bondad?, ¿dónde está la sonrisa del ser humano?, ¿qué buscamos?  

Los manantiales de paz y belleza siguen desapareciendo, pues sólo la maldad anida en el corazón de los hombres que proponen soluciones ficticias ya que la verdad es conocida por unos cuantos y las mentiras son las migajas desprendidas de los discursos pronunciados y transcritos por la prensa. ¿A dónde voltear cuando el papa renuncia? Y la sonrisa de los fieles se transforma en interrogantes sin respuesta. Y en nuestro país, cuantas y cuantas preguntas sin respuesta cuando se ahoga la verdad con la falsedad diaria de periódicos, de noticias televisivas, de las redes digitales, de. . .  Acaso nuestra sociedad se suicida con la contaminación de todas clases, donde no hay culpables y solo los inocentes pagan los platos rotos. ¿Cuál es nuestro futuro? ¿Cuándo podremos ser optimistas?

La sorgente

Autor Leone Tolstoy

 

Un giorno d’estate tre Pellegrini stanchi s’incontrarono presso una fresca sorgente.

            Essa scaturiva al margine d’una grande strada, nel cuore d’una cupa foresta; erbe tenere e muschi odorosi la incorniciavano, fitti alberi le davano l’ombra del loro denso fogliame; e le sue acque, fresche come perle e pure come lagrime, si raccoglievano in un bacino di pietra, poi traboccavano e scorrevano, formando un nitido ruscelletto che si perdeva mormorando nel folto del bosco.

            I tre pellegrini sedettero intorno alla sorgente, dopo essersi dissetati con la sua acqua.

            E si sentivano sollevati e consolati, guardando il verde terreno delle umide erbette, ascoltando el soave mormorio delle acque. Sul bacino di pietra lessero questa iscrizione: ‘La sorgente sia il tuo modello’.

            Nessuno comprese il significato di tali parole. In che cosa essi avrebbero potuto imitare la sorgente?

            Ma dopo aver meditato a lungo, si manifestarono i loro pensieri.

            Uno dei pellegrini era un uomo maturo ma pieno ancora di energie: forse era un mecante che girava per i suoi affari. Guardo i compagni e disse:

-Io credo di comprendere queste misteriose parole. Il consiglio che ci dánno mi par buono. La sorgente scorre, el ruscello si allontana, raccogglie l’acqua di altri ruscelli e diventa un fiume. Cosi l’uomo non deve fermarsi mai, deve invece lavorare senza posa; in questo modo raccogliera grandi ricchezze e grandi esperienze.

            L’altro pellegrino era giovane. Ascoltó il discorso dell’uomo maturo, scotendo il capo; poi disse:

            -Secondo me, il significato dell’iscrizione é diverso, ed é questo: l’uomo deve fuggire i pensieri cattivi, i cattivi sentimenti, e conservare il suo cuore puro come l’acqua di questa sorgente. Cosi limpida, quest’acqua disseta e dá la gioia e dende le forze. Ma, se fosse torbida, non gioverebbe ad alcuno, e scorrerebbe, inutile, attraverso la terra. Altrettanto succede dell’uomo che ha torbidi i sentimenti del cuore.

            Il terzo pellegrino, un vecchio grave di anni e di esperienza, con una lunga barba bianca, aveva ascoltato in silenzio le parole dei compagni.

            Infine sorrise amabilmente ed espose anche lui il suo parere: -Questo giovane forse ha ragione. Ma anche un altro profondo insegnamento ci dánno le parole scritte sulla pietra, un altro consiglio ci mormora l’acqua di questa sorgente. Essa dice all’uomo: ‘Io dó le mie acque, per nulla, ai pellegrini che si fermano qui stanchi e assetati. Fa’ tu lo stesso coi tuoi fratelli; fa’ del bene a tutti, dona quello che hai al prossimo, con lieto cuore e senza condizioni; non chiedere agli uomini in cambio dei tuoi benefizi né gratitudine, né ricompensa, pago soltanto di vivere nella gioia della tua bontá.’

El herrero y el emperador


 
 
 
Traducción Il fabbro e l’imperatore                Autor Milly Dandolo
                        El herrero y el emperador          Traductor Sergio Núñez Guzmán
 
Un sabio emperador del tiempo antiguo había escuchado hablar de un herrero que trabajaba cada día hasta que no hubiera ganado tres monedas de plata, sólo así interrumpía su labor hasta el día siguiente, por lo que acostumbraba decir que no las ganaba para hacerse rico, pues de ser así habría continuado trabajando el mismo día.
            El emperador hizo llamar al herrero y le preguntó si era verdad cuanto se decía de él.
            -Es verdad, majestad. Respondió el herrero.
            -Quieres decirme entonces, buen hombre; retomó el emperador, -¿por qué haces lo que dices?
            El herrero explicó: Majestad, yo me he propuesto hacer todo el bien posible todos los días de mi vida, porque amo la libertad y el reposo. Tres monedas me bastan.
            -Y, ¿qué haces con las tres monedas? Preguntó el emperador.
            -El herrero respondió: Una la doy, una la hago útil, y una la uso.
            -Explícate mejor, dijo el emperador, picado de curiosidad.
            -Majestad, respondió el herrero, una moneda, por amor a Dios, yo la dono para los pobres; la segunda, la hago útil, porque es para mi padre viejo porque ahora no gana más dinero y porque me sostuvo por todo el tiempo que yo no podía ganarlo; gasto la tercera en mantenerme.
            -Eres sabio, dijo el emperador. Y un mandamiento yo te ordeno para probar tu sabiduría y tu prudencia. Vete y no digas a nadie lo que me has dicho sin que antes no me hubieras visto cien veces la cara. Si desobedeces, te castigaré.
            El herrero se fue contento por la alabanza y seguro por su prudencia.
            Entonces el emperador llamó algunos sabios que vivían en su corte y les dijo: Un hombre gana cada día tres monedas, una la regala, una la hace útil y una la usa. Díganme qué cosa hace el hombre con cada una de las monedas.
            Los sabios pidieron ocho días para resolver el enigma. Se reunieron, meditaron, discutieron pero no encontraron una respuesta satisfactoria; sin embargo, habían escuchado hablar del herrero que había estado con el emperador, y después de muchas incertidumbres fueron con él y le preguntaron, en secreto, sin darle otras explicaciones, que respondiera a su pregunta. El herrero se rehusó.
            -¿Qué cosa quieres en recompensa? Preguntaron los sabios.
            -Tráinganme cien monedas de oro, dijo el herrero y entonces les daré una respuesta.
            Los sabios regresaron con las monedas de  oro, el herrero las contó, las guardo una por una, las recogió en un cofre y dio a los sabios la respuesta precisa que ya había dado al emperador. Y los sabios satisfechos regresaron a la corte.
            Cuando el emperador escuchó la respuesta de los sabios se maravilló muchísimo y pensó: El herrero no me ha obedecido, peor para él. Lo hizo llamar y le dijo severamente: Tú has trasgredido mi mandato. Tú revelaste lo que te había ordenado tener en secreto; por tanto, es necesario que yo te castigue.
            -Majestad, dijo el herrero, podéis castigarme, si usted lo desea, porque sois mi señor; pero permitid, antes, que yo me disculpe cuanto pueda. Usted me había ordenado no revelar el secreto, hasta después de haber visto cien veces vuestra noble cara; pues bien, lo hice así, puesto que su cara está acuñada sobre las monedas de oro, y, los sabios me dieron cien monedas de oro y en presencia de ellos guardé las monedas una por una y cien veces miré vuestra noble cara y por tanto ya podía hablar.
            El emperador se puso a reír. Cómo podía castigar a un hombre así de prudente y astuto.
            -Alabo tu prudencia y tu astucia. En verdad tú eres el más sabio de todos mis sabios. Te haría permanecer en mi corte, si no supiera que eres más feliz en tu taller. Vete con Dios.
            El herrero se inclinó profundamente, agradeció al emperador y retornó a su vida modesta y a su trabajo tranquilo.
 
Il fabbro e l’imperatore
Milly Dandolo
 
Un saggio imperatore del tempo antico aveva sentito parlare di un fabbro il quale ogni giorno lavorava finché non avesse guadagnato tre monete d’argento; ma poi smetteva, fino al giorno dopo; e soleva dire che, guadagnate quelle tre monete, per nessun ricco guadagno avrebbe continuato a lavorare nello stesso giorno.
            L’imperatore fece chiamare il fabbro e gli chiese se fosse vero quanto si diceva di lui.
            -É vero, Maestá – rispose il fabbro.
            -Vuoi dirmi allora, buon uomo, - riprese l’imperatore – perché fai cosí come dici?
            Il fabbro spiegó:
            -Maesta, io mi son proposto di far cosí tutti i giorni della mia vita perché amo la libertá e il riposo. Tre monete mi bastano.
            -E che fai con le tre monete? –chiese l’imperatore.
            Il fabbro respose:
            -Una la dono, una la rendo, una l’adopero.
            -Spiégati meglio –disse l’imperatore, incuriosito.
            -Maestá, -rispose il fabbro – una moneta, io la dono ai poveri, per amor di Dio; la seconda, la rendo al mio vecchio padre che ora guadagna piú e che molto danaro mi prestó per tutto il tempo che io non potei guadagnare; spendo la terza per mantenermi.
            -Sei savio – disse l’imperatore. – E un comandamento io ti faró, per provare la tua saggezza e la tua prudenza. Va’, e non dire ad alcuno ció che mi hai detto, se prima non avrai visto cento volte la mia faccia. Se disobbedirai, ti puniró.
            Il fabbro se ne andó, lieto della lode e sicuro della sua prudenza.
            Allora l’imperatore chiamó alcuni sapienti che vivevano alla sua corte e disse loro:
            -Un uomo guadagna ogni giorno tre monete; una la dona, una la rende, una l’adopera: ditemi che cosa fa l’uomo di ciascuna moneta.
            I sapienti chiesero otto giorni di tempo. Si riunirono, meditarono, discussero, ma non trovarono una risposta soddisfacente. Ma poiché avevano sentito parlare del fabbro che era stato dall’imperatore, dopo molte incertezze andarono da lui e lo pregarono, in segreto, senza dargli altre spiegazioni, di rispondere alla loro domanda. Egli ricusó.
            -Che cosa vuoi in compenso? – chiesero i sapienti.
            -Portatemi cento monete d’oro – disse il fabbro – e allora vi daró una risposta.
            I sapienti ritornarono con le monete d’oro; egli le contó, le guardó una per una, le chiuse in un cofano e diede ai sapienti la risposta precisa che aveva giá data all’imperatore. Ed essi, tutti soddisfatti, ritornarono a Corte.
            Quando l’imperatore ebbe sentito la risposta dei sapienti, si meraviglió moltissimo e pensó:
            -Il fabbro non mi ha dunque obbedito! Peggio per lui.
            Lo fece chiamare, e gli disse severamente:
            -Tu hai trasgredito il mio comando. Tu hai rivelato ció che ti avevo ordinato di tener segreto. É necessario dunque che io ti punisca.
            -Maesta, - disse il fabbro – potete punirmi, se volete, poiché siete il mio signore. Ma permettete prima che io mi discolpi come posso. Voi mi avete ordinato di non rivelare el segreto, se non dopo aver visto cento volte la vostra nobile faccia. Ebbene, ho fatto cosí. Poiché essa é coniata sulle monete, io mi feci dare dai sapienti cento monete d’oro. E in presenza di essi guardai le monete a una a una: cento volte guardai cosí la vostra nobile faccia. E dunque ormai potevo parlare.
            L’imperatore si mise a ridere. Como poteva punire un uomo cosí prudente e furbo?
            -Lodo la tua prudenza e la tua astuzia. Davvero tu sei piú saggio di tutti i miei sapienti. Ti farei rimanere alla mia corte, se non sapessi che tu sei piú felice nella tua bottega. Vátteme con Dio.
            Il fabbro s’inchinó profondamente, ringrazió l’imperatore, e ritornó alla sua vita modesta e al suo tranquillo lavoro.