viernes, 17 de mayo de 2013

El zorro y el lobo en el pozo


Traducción de Renard et Ysengrin dans le puits                  Le roman de Renard

                            El zorro y el lobo en el pozo                           La novela del zorro

Traductor Sergio Núñez Guzmán


Señores, escuchad esta maravilla. En este pozo, había dos cubos, cuando uno sube, el otro baja.

            Renard, que ha hecho tanto mal, se apoyó en el brocal del pozo desolado y triste y todo pensativo, se puso a observar y a mirar dentro del pozo y al ver su imagen creyó que era Hermelinda su esposa, a la que el ama con un amor vivo y que se encuentra encerrada ahí abajo. Renard está dolorido y pensando en ella, le pregunta, a voz en cuello, díme que haces ahí abajo. La voz del pozo vuelve a subir a él. Renard escucha, alza la cara, la vuelve a llamar y de nuevo vuelve a subir la voz. Y, él, la oye y se admira y pone sus pies en un cubo, y, sin saber cómo, desciende y se encontró, ahí, en ese punto, y así, cuando estuvo en el agua, comprendió bien que estaba en una saliente. Renard está en mala posición, los diablos lo agarraron en esta trampa; se apoyó en una piedra, preferiría estar muerto y en un ataúd. El infortunado sufre un gran tormento, tiene la piel totalmente empapada, está en posición de ser pescado. Nadie podría sacarlo de ahí. No se dan dos botones por  su sabiduría.

            Señores, resulta, en este tiempo, en esta noche y en esta hora que Ysengrin, sin morada, sale de un gran erial para buscar su comida, pues el hambre lo tortura atrozmente. . .

            [Descubre a Renard en el fondo del pozo. . .]

            -¿Quién eres tú?, dice Ysengrin.

            -Yo soy tu buen vecino, que antaño fue tu compadre y que me estimas más que a tu hermano.

            -Ahora, se llama el difunto Renard, que tanto sabía de subterfugios y de jugarretas.

            -Estoy encantado por eso, dijo Ysengrin. ¿Cuándo moriste?

            -Antier respondió el otro. Sí, morí, que nadie se asombre por eso, pues mueren todos los que están en vida. Es necesario pasar por la muerte cuando Dios lo quiere. Ahora mi alma espera, pues nuestro Señor me tiene en este martirio. Yo te ruego mi buen y bondadoso compadre que me perdones los motivos de enojo que en alguna ocasión te di.

            -Te lo concedo, dijo Ysengrin y que todo sea perdonado, compadre, aquí, y delante de Dios. Pero tu muerte me deja lleno de dolor.

            -Yo soy feliz, dijo el Renard.

            -¿Feliz?, en verdad, por mi fe, compadre, díme porqué.

            -Mi cuerpo yace en un ataúd en la casa de Hermelinda, en mi cueva, pero mi alma está en el paraíso celeste, sentada a los pies de Jesús, compadre. Tengo todo lo que quiero. Abandoné todo orgullo. Si tú estás en el reino terrestre, yo estoy en el paraíso celeste. Aquí están las granjas, las llanuras, las praderas, aquí están los ricos rebaños, aquí se puede ver muchas terneras, muchas ovejas y muchas cabras; aquí tú puedes ver liebres, bueyes, vacas, carneros, gavilanes, buitres y halcones.

            Ysengrin jura por san Silvestre que bien quisiera estar ahí abajo.

            -Abandona la idea, dijo Renard, tú no puedes entrar aquí. El paraíso es celeste y no se abre a todos. Tú siempre has sido tramposo, desleal, traicionero y falaz. . . tú me acusaste falsamente de haberte hecho mal. . .

            -Yo te lo creo, dijo Ysengrin y yo te perdono de buen corazón, pero hazme entrar.

            -Olvida esto, dijo Renard, hemos quitado de aquí los alborotos. ¿Ves, ahí, la balanza?

            Señores, escuchen esta maravilla acerca del fiel de la balanza, y les mostró el otro cubo.

            Renard sabía bien utilizar su inteligencia de tal manera que le hizo creer a Ysengrin que era la balanza del bien y del mal la que tenía enfrente.

            -Por Dios Padre, tal es el poder de Dios que cuando el bien es lo suficientemente pesado desciende directamente aquí y todo el mal se queda allá en lo alto. Pero nadie si no se ha confesado sabría descender aquí, te lo aseguro. ¿Ya confesaste tus pecados?

            -Sí, dijo el otro, por una vieja liebre y por una dama H. . . la cabra, muy bien y con toda santidad. Compadre, sin esperar más, hágame entrar ahí abajo.

            -Ahora es necesario rogar a Dios y santamente darle las gracias para que te conceda el verdadero perdón y la remisión de tus pecados y sólo así podrás entrar aquí.

            Ysengrin no quiso detenerse más. Vuele la espalda al oriente y la cabeza al occidente, se pone a gritar y a aullar muy fuerte. Renard que hace lo mismo repentinamente estaba ahí abajo en el otro cubo, en el fondo del pozo, pues la peor suerte lo había tumbado, ahí, dentro. Al fin Ysengrin se impacienta y exclama: suplico a Dios.

            -Y yo, dijo Renard, di las gracias a Dios. Ysengrin, ¿ves tú estas maravillas, estos reflejos que brillan delante de mí? Jesús te concederá el verdadero perdón y la remisión de tus pecados.

            Ysengrin lo escucha y se esfuerza por atraer el cubo hacia el brocal, junta los pies, salta al cubo. Ysengrin era de lo más pesado, desciende hacia el fondo. Ahora se escucha el hermoso estrepito. Dentro del pozo se reencuentran. Ysengrin lo interpela.

            Compadre, ¿por qué tú te vas? Y Renard le responde: luego no hagas berrinche, porque te voy a explicar los usos de estos lugares: cuando uno va el otro vuelve. Esta ha sido siempre la costumbre. Voy al paraíso a lo alto y tú vas al infierno, allá abajo. Yo escapé del demonio y tú, te vas a los diablos. Tú caíste al lugar miserable y yo salí de ahí, sábelo bien. Por Dios Padre, allá abajo, están los diablos. Desde que Renard está sobre la tierra, está totalmente feliz del buen retorno. . .












Renard et Ysengrin dans le puits


Seigneurs, écoutez cette merveille ! En ce puits, il y avait deux seaux : quand l’un monte, l’autre descend. Renard qui a fait tant de mal, s’est accoté contre le puits, désolé et marri, et tout pensif. Il se met á regarder dans le puits et a observer son image : il croit que c’est Hermeline, sa femme, qu’il aime d’un vif amour, qui se trouve enfermée là-dedans. Renard en est pensif et dolent. Il lui demandé, á pleine voix : «Dis-moi, que fais-tu là-dedans ? » La voix, du puits, remonte vers lui. Renard l’entend, dresse le front. Il la rappelle une autre fois : de nouveau remonte la voix ! Renard l’entend et s’émerveille : il met ses pieds dans un seau, et, sans savoir comment, el descend. Le voilà mal en point ! Quand il fut dans l’eau, el comprit bien qu’il s’était trompé.

            Renard est en mauvaise posture : les diables l’ont pris en ce piège. Il s’est appuyé contre une pierre : il préférerait être mort et en bière. L’infortuné souffre un grand tourment. Il a la peau toute mouille : il est á l’aise pour pécher ! Nul ne pourrait l’en tirer. Il ne prise pas deux boutons sa sagesse.

            Seigneurs, il advint en ce temps, en cette nuit et en cette heure, qu’Ysengrin, sans demeure, sortit d’une grande lande pour quérir sa nourriture, car la faim le torture atrocement. . .

            [Il découvre Renard au fond du puits. . .]

            « Qui es-tu ? dit Ysengrin.

            « Je suis votre bon voisin, qui fut jadis votre compère : vous m’aimiez plus que votre frère !

            Maintenant, on m’appelle « feu Renard, qui tant savait de ruses et de tours. »

-J’en suis ravi, dit Ysengrin ; quand donc es-tu mort ?

-Avant-hier, répond l’autre. Si je suis mort, que nul ne s’en étonne : ainsi mourront tous ceux qui sont en vie. Il faudra bien qu’ils passent par la mort, quand Dieu voudra. Maintenant Il attend mon âme, Notre-Seigneur qui m’a tiré de ce martyre. Je vous prie, beau doux compère, de me pardonner les motifs de colère qu’autrefois je vous ai donnés.

-Je vous l’accorde, dit Ysengrin : que tout vous soit pardonné, compère, ici et devant Dieu. Mais votre mort me laisse plein de douleur.

-Moi, j’en suis heureux, dix Renard.

-Heureux ? Vraiment, par ma foi, beau compère, dites-moi pourquoi.

-Mon corps git dans une bière, chez Hermeline, en ma tanière, mais mon âme est en Paradis, assis aux pieds de Jésus : compère, j’ai tout ce que au Paradis céleste. Ici sont les fermes, les plaines, les prairies, ici les riches troupeau ; ici l’on peut voir mainte génisse, et mainte ouaille et mainte chèvre ; ici tu peux voir lièvres, bœufs, vaches, et moutons, éperviers, vautours et faucons. »

Ysengrin jure par saint Sylvestre qu’il voudrait bien être là-dedans.

-Laissez cela, dit Renard, vous ne pouvez entrer ici. Le Paradis est céleste et n’est pas ouvert á tous. Tu as toujours été tricheur, félon, traître et trompeur. . . Tu m’as accusé faussement d’avoir mal agi envers toi. . .

-Je vous en crois, dit Ysengrin ; je vous pardonne, en bonne foi. Mais faites-moi entrer.

-Laissez cela, dit Renard ; nous n’avons cure, ici, de tapage. Vous voyez, là, cette balance ? » Seigneurs, écoutez cette merveille ! De son doigt, il lui montre l’autre seau. Renard sait si bien user de son intelligence qu’il lui fait vraiment croire que c’est la balance du bien et du mal.

« Par Dieu le Père, telle est la puissance de Dieu, que quand le bien est assez pesant, il descend ici tout droit, et tout le mal reste là-haut. Mais nul, s’il n’est confessé, ne saurait descendre ici, je t’assure. As-tu confessé tes péchés ?

-Oui, dit l’autre, á un vieux lièvre et á dame H. . . la chèvre, très bien, et très saintement. Compère, sans plus attendre, faites-moi entrer là-dedans !

-Il faut maintenant prier Dieu, et très saintement lui rendre grâces pour qu’il vous accorde de vrai pardon et la rémission de vos péchés : ainsi vous pourrez entrer ici.

Ysengrin ne veut plus tarder. Il tourne le derrière vers l’Orient et la tête vers l’Occident ; il se met á crier et, très fortement, á hurler. Renard que fait mainte merveille était en bas, dans l’autre seau, au fond du puits, car la pire destinée l’avait couché là-dedans. A la fin Ysengrin s’impatiente et s’écrie : « J’ai prié Dieu. »

-Et moi, dit Renard, j’ai rendu grâces á Dieu. Ysengrin, vois-tu ces merveilles, ces cierges qui brûlent devant moi ? Jésus t’accordera pardon véritable et très douce rémission. »

Ysengrin l’entend : il s’efforce d’attirer le seau vers la margelle ; il joint les pieds, bondit dans le seau. Ysengrin était le plus lourd : il descend vers le fond. Écoutez maintenant le beau vacarme ! Dans le puits, ils se rencontrent. Ysengrin l’interpelle :

« Compère, pourquoi t’en vas-tu ? » Et Renard lui a répondu : « Ne fais donc pas la grimace. Je vais t’expliquer les usages : quand l’un y va, l’autre revient. C’est toujours la coutume. Je vais en Paradis, là-haut ; et toi, tu vas en Enfer, en bas. J’ai échappé au démon et tu vas aux diables. Tu es tombé en vilain lieu et j’en suis sorti, sache-le bien. Par Dieu le Père, là-dessous, ce sont les diables ! » Dès que Renard est sur la terre, il est tout joyeux de ce bon tour. . .

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